“Cuando se toma una decisión, el miedo disminuye; saber lo que hay que hacer hace que el miedo desaparezca”.
Rosa Paks
Argelia Bortoni González*

La Historia reciente de Coahuila ha dejado de manifiesto el valor inconmensurable y la capacidad de supervivencia de un puñado de mujeres negadas a someterse al destino que las empresas, el Estado, la costumbre y la sociedad en general deparan a la viuda de un trabajador de las minas de carbón.
Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer el pasado ocho de marzo, en estas líneas rindo homenaje a mis coterráneas por haber exhibido, fehacientemente, las fallas de un sistema corrupto que permite la sobreexplotación y la inseguridad en los centros de trabajo, y por los pasos agigantados que han dado en la lucha por construir un país en el cual impere la justicia y en el que empresas e instituciones se vean obligadas a cumplir con los preceptos legales que garanticen la vida y la seguridad en el trabajo.
A las nueve y media de la mañana del domingo 19 de febrero de 2006, la radio local transmite la noticia que estremece, una vez más, a la región en cuyas entrañas se encuentra más del 95% del carbón del país: una explosión de gas metano ocurrida alrededor de las dos de la madrugada de ese día provocó un derrumbe en la mina Pasta de Conchos que mantiene atrapados a 65 mineros a casi 500 metros bajo tierra dentro de un túnel horizontal de 1.6 km. Hay, además, trece heridos.

El dueño de la empresa, uno de los hombres más ricos del país, decide notificar a las familias siete horas después de ocurrido el accidente a través de la radio. La frialdad empresarial, que nada bueno vaticinaba, se suma a la gélida temperatura ambiental registrada por el termómetro. Las esposas y madres de los mineros que en su desesperación corren a las instalaciones en busca de información encuentran, a un kilómetro de la bocamina, un retén militar que bloquea el paso y la información hasta que el dolor y la desesperación se abren camino y encuentran eco en las cámaras y los micrófonos de la prensa nacional e internacional y se empieza a manifestar la solidaridad del mundo ante la tragedia. Hasta entonces permiten el acceso y empieza a fluir la información.
La esperanza de que sean rescatados con vida se esfuma pronto. A los siete días de la explosión dan por muertos a los mineros atrapados.
Siete meses después de la catástrofe, el desgaste físico y emocional de las ya decretadas viudas llega a límites extremos por el cerco que se les tiende, por el asedio de que son víctimas, individual y grupalmente, para acallarlas, para alejarlas de la mina a la que siguen yendo, cada día, a exigir el rescate de los cuerpos. Urge silenciar, someter las voces que impiden el regreso a la “normalidad», que “impiden el progreso”.
Día a día, también, la prensa y la radio locales juegan un papel infame, cómplice, en el intento de empresa y gobierno por desacreditar ante la comunidad a las viudas que exigen les entreguen los cuerpos de sus maridos y el castigo a los culpables, la aplicación de las leyes, el amparo de la Justicia. Además de cargar con el dolor, cargan con la incertidumbre por su futuro y el de sus hijos y con la presión social azuzada por los medios. ¿Qué le queda a una viuda con hijos en este lugar? ¿Resignarse como han hecho desde 1902 en que ocurrió la primera gran explosión? En la región es voz popular que en esa tragedia, en la cual de acuerdo a las cifras oficiales murieron 105 mineros mexicanos y japoneses —aunque algunos historiadores calculan 300—. Casualmente estaba de paso por la región Porfirio Díaz, que fungía como presidente de la República, quien se reunió con empresarios y autoridades para enterarse de los detalles de la tragedia y, ante la solicitud de apoyo para poder al menos regresar a sus lugares de origen por parte de las viudas que lograron colarse a la reunión, el Presidente Díaz metió las manos a su bolsillo para sacar el efectivo de que disponía, pidió a los empresarios y autoridades presentes que también cooperaran y se despidió. ¿Resignarse como en la tragedia de 1969 en Barroterán, en la que ninguna de las 153 viudas recibió pensión porque los patrones no tenían registrados a sus trabajadores en el IMSS? ¿Resignarse como en las múltiples tragedias evitables en que la “Justicia” ha estado igualmente ausente?
Es así como en 2006 deciden luchar. Tienen voluntad y fuerza suficientes para defenderse de las calumnias, ofensas y burlas de que son objeto, para indagar las causas del accidente y exigir el rescate de los cuerpos.
Es entonces que buscan orientación y tengo el privilegio de asesorarlas en la elaboración de un periódico popular que les permita dar salida a su dolor e indignación y comunicar a la comunidad, en un acto libertario, lo que saben, sienten, piensan y temen. El 15 de septiembre de ese año están ya repartiendo en la región el primer número, que por consenso deciden llamar “Familia Pasta de Conchos”, nombre con el que posteriormente se conforman como una organización social desde la cual contribuyen a mejorar las condiciones de trabajo y la seguridad de los mineros y a revertir la explotación que ha enriquecido a no pocos empresarios del carbón y funcionarios de gobierno. Así empieza la lucha más importante de las mujeres de Coahuila de este siglo.
Han pasado 17 años y, aunque aún no han recuperado los cuerpos y han muerto ya cinco de ellas, las viudas de Pasta de Conchos se han convertido en el ejemplo más aleccionador y esperanzador de estas tierras porque han ventilado en foros nacionales e internacionales la problemática del gremio; porque han acudido ante numerosas personas, instancias y organismos de derechos humanos y conseguido su apoyo; porque han logrado la intervención de La Comisión Interamericana de Derechos Humanos para que el Estado Mexicano asuma su responsabilidad; porque la exigencia “rescate ya” continúa como el primer día y no cesará hasta que se logre; porque han roto el silencio y demostrado que un grupo pequeño, pero convencido de su fuerza, logra lo inimaginable.
La sociedad mexicana necesita muchas mujeres como las de Pasta de Conchos, capaces de asumir los riesgos de hablar con la verdad, de volar en libertad. Gigantas que nos permitan montar en sus hombros para ver más lejos, como diría Newton.
* Ingeniera metalurgista, tiene estudios de maestría en Historiografía. Identificada con la izquierda progresista. Fundadora de la 4T.











